Los Misioneros
Combonianos están presentes en la zona de Altos de Cazucá (Soacha) desde hace varios
años: se empezó con visitas esporádicas por parte del hermano Marco Binaghi y
los hermanos del CIFH (Centro internacional de formación de los hermanos), del
hermano José Manuel y los postulantes y del padre Rafael Savoia. Desde el 2015,
el padre Franco Nascimbene empezó a vivir establemente en Cazucá, en una casa
en arriendo ubicada en el barrio el Oasis, acompañando este sector por siete
años, visitando diariamente todas las casas, organizando pequeñas comunidades
de vida y de fe. A partir de febrero de
este año 2022 ha empezado a vivir en Cazucá el padre Daniele Zarantonello, llegado
a la ciudad de Bogotá después de compartir los últimos 10 años de su vida con
el pueblo afro de Tumaco. Le damos a él la palabra.
P. Francisco Carrera
Padre Daniele,
¿por qué tanto interés de parte de los hermanos y padres combonianos por Altos
de Cazucá?
Los Combonianos
estamos interesados a todos los barrios de Bogotá, Soacha, Fontibón, Engativá,
y sectores aledaños donde haya una fuerte presencia afro. Como acompañamos a
Altos de Cazucá, también visitamos Usme, Bosa, Kennedy, Palermo Sur, Suba, Galán,
y muchos otros, buscando conocer las familias afro que allí viven, sus
recorridos, problemáticas y luchas, intentando hacer camino juntos con todas
las fuerzas eclesiales y sociales que se esmeran en dar vida e identidad a la
pastoral afro en los barrios marginales.
¿Cómo ha sido
tu llegada a Cazucá?
Para mí, ha sido
muy difícil dejar Tumaco después de 10 años de vida y fe compartidas con este
pueblo hermoso. La llegada a Bogotá, una ciudad tan grande y con tantos
contrastes y dificultades, no ha sido fácil para mí, como para todos. Estoy
ubicándome, para ser poco a poco “parte del paisaje”. Hay algo importante que
es característico de nosotros los misioneros, que es la “pertenencia”: antes de
llegar con proyectos, con planes, hay una etapa previa fundamental que es
radicarse en el territorio, conocer a la gente, ser vecinos de todo el mundo,
aprender a llamar por nombre a las personas y a las realidades que se viven en
el barrio. Es un tiempo importante y necesariamente lento, pero fundamental.
Los combonianos,
no somos una ONG o una institución social: somos misioneros, es decir
personas que se saben enviadas por Dios para SER buena noticia, instrumentos de
vida, de reconciliación y de paz, para las personas que más sufren. Lo primero
es pertenecer, sentir lo que siente la gente, compartir su vida, asumir también
su dolor y enojo; sobre todo participar de la misma fe y de las mismas luchas.
Dinos tus
primeras impresiones sobre el sector donde vives.
Es un sector
enorme, lleno de gente. Donde vivo, hay una fuerte presencia afro, y
últimamente ha crecido muchísimo la presencia de hermanos y hermanas
venezolanos. Se respira un ambiente tenso, sobre todo por la presencia de
bandas delincuenciales que se disputan el tema del microtráfico de drogas,
ligadas a estructuras criminales más grandes y organizadas.
Hay mucha energía
diseminada en todo el sector. He quedado fascinado por el trabajo de las
Teresianas (proyecto Jesús Maestro), de las Dominicas (capilla S. Pedro, barrio
el Arroyo), de las Juanistas, de las hermanas de Clara Fey, de la Casa de los
Derechos. Seguramente hay más, y quiero seguir conociendo para aprender de
ellos.
¿Cómo ves la
presencia de la Iglesia en Altos de Cazucá?
He conocido a los
sacerdotes del arciprestazgo nº 5 de la Diócesis de Soacha, que son los que
trabajan en Altos de Cazucá. En esta temporada de Cuaresma nos estamos ayudando
con el tema de las confesiones. Son personas de mucha fe y compromiso, muy
cercanos a la gente y con el deseo de fortalecerse más como comunidad
sacerdotal. La falta de un obispo a tiempo completo, la falta de un plan
diocesano que dé orientación a la pastoral, las problemáticas enormes que se
viven en esta porción del pueblo de Dios, que causan miedo y cansancio,
debilitan mucho el trabajo de conjunto, y hacen que cada sacerdote tienda a
aislarse dentro su parroquia sumergido por los múltiples compromisos pastorales
o personales.
Yo pertenezco a
la parroquia Nuestra Señora de la Esperanza, coordinada por el sacerdote
diocesano P. Jesús Pineda. Desde mi llegada me he puesto a disposición para
ayudar en lo que pueda.
¿Qué
actividades están impulsando para salir de este impasse?
Nos hemos reunido
con el párroco y los equipos pastorales presentes en la parroquia, e intentamos
entretejer relaciones nuevas entre nosotros y con la gente.
Es tiempo de
revitalizar la pastoral. En este momento lo más importante es “callejear la
fe”, como nos dice el papa Francisco. Nada de sacerdotes encerrados en sus
casas curales y en sus intereses privados, ni de grupos pastorales enfocados en
sí mismos para vivir una fe de supervivientes. Es tiempo de caminar las calles,
visitar las casas, acercarse a los enfermos, sentarse con las juntas de acción
comunal, con los líderes, con los colegios, las organizaciones sociales, los
colectivos, y llevar la pastoral, las liturgias, las devociones, afuera del
templo.
Esta Semana Santa fue importante para retomar el pulso del pueblo, y
recibir una sana transfusión de vida, de confianza, de esperanza.
Papa Francisco
nos hablaba de tres verbos importantes para vivir la Sinodalidad: encontrar, escuchar, discernir. Para encontrar hay que hacer como el
Buen Samaritano: ver la realidad, darse cuenta de la persona herida al borde
del camino. Para escuchar es importante descolonizar nuestra mente,
abrir los oídos y ponernos a la escucha, una escucha atenta, amorosa, mirando a
los ojos la gente, para aprender de ellos sin la necesidad de dar una respuesta
sabia desde lo alto de un pedestal intelectual o sacral, y dejar de tener todas
las respuestas a preguntas que ya nadie se hace. Para discernir hay que
reunir a todas las fuerzas vivas no solo de la iglesia sino también de la
sociedad civil, a todos los que siguen soñando un mundo mejor y no se cansan de
hacer florecer la esperanza.
En Cuaresma
visitamos el sector del Progreso y del Oasis, visitando las casas y bendiciendo
los hogares a través de las celebraciones de los vía crucis en las calles y en
las casas. Hicimos dos días de limpieza del barrio y una misa campal el domingo
de Ramos en un sector problemático que es frontera invisible entre dos grupos
en conflicto. El Miércoles Santo celebramos las fogatas de la Reconciliación en
cuatro sectores de la parroquia. El viernes Santo se hizo el “Vía crucis por la
paz”, pidiendo a Dios que se terminen estas guerras injustas que desangran
nuestro lindo Planeta.
También queremos organizar con los jóvenes del Oasis una Batucada, sobre todo
con los más socialmente frágiles, y con los niños huertas urbanas.
Después de Pascua
empezamos catequesis afro de primera comunión y confirmación en el barrio del
Oasis. Para junio empezará una escuela de catequistas parroquial, con el fin de
conformar un grupo nuevo de lideres eclesiales.
Esperamos que
estos pequeños pasos nos ayuden a renovarnos y crecer más como pueblo de Dios
organizado.
El perdón cura las heridas provocadas por el resentimiento y renueva las personas, las familias, las comu- nidades y la vida social. El perdón es la clave de nuestras relaciones con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos El perdón es una necesidad. Si no perdono, no puedo ser perdonado. El perdón es un proceso, este es, un continuo crecimiento hacia la libertad interior. No olvidemos que algunas experiencias son tan dolorosas que requieren mucho tiempo transcurrido en el perdón.